domingo, abril 30, 2006

Un cadáver exquisito

Hasta que se me hizo tener un hígado y un estómago humanos en mis manos, sí, de una persona más que muerta. Afortunadamente, no he tenido que sacarla de mi refrigerador, lo cual hubiera sido una molestia, sobretodo cuando ocupa demasiado espacio. Ya en otra ocasión tuve la mala suerte de meter un guajolote en el refri y se me echara a perder. No quiero repetir la experiencia.

Seguramente, ustedes no contarán con tanta suerte, todo lo consiguieron por mí, por solo 150 pesos, con la ventaja de que mi identidad quedaría cubierta. Lo cual al principio me pareció un poco caro pero me dí el beneficio de la duda. Recordé cuando ví en la tele a Facundo preguntándole a un asesino que qué tanto cobraba por un "trabajo" y le dijo que 10,000 pesos. Considero que aunque no se trataba de lo mismo, esto era mucho más accesible.

La cita era el sábado. Lo acepto, estaba un poco nervioso y no quería llegar tarde. Era a las dos de la tarde y no teníamos más que una hora para, como comando, llegar observar todo lo que se pudiera y huir rápidamente.

Pedazos de piernas y brazos regados como en un puesto de mercado, con la carne aún pegada al hueso. La sangre seguramente ya se había secado, habían sido cuidadosos porque no había rastros de ella. El cerebro cercenado y rebanado, en una configuración inquietante. Uno se pregunta, por qué tanta meticulosidad, ver, por ejemplo, a un cuerpo humano con los músculos cercenados y levantados, como un pájaro dispuesto a volar.

Las luces resaltaban esta extraña orgía de cuerpos, que aunque terrible despertaba en mí una gran curiosidad. Alguna vez, tuve el proyecto de ir a un rastro donde cuelgan a los puercos, a tomar fotos, pero aquí no había esa posibilidad, me refiero a tomar fotos.

Teníamos que estar como máximo una hora pero la cosa se extendió, era demasiado que ver, al final no me pude contener. Tome un hígado en mis manos. Un gran hígado, estoy seguro que la persona había tenido una enfermedad, porque se le había cambiado de color. Entonces tomé un estómago, al parecer de una persona delgada, se podía aún ver el interior, los pliegues como cuando uno va a comer pancita.

Al final, salimos un poco cansados y lo primero que se me ocurrió fue comprar un pay de piña. Cuando ya le iba a dar la primera mordida, me dijeron: "Espérate deivid, ¿no quieres mejor una hamburguesa?".


Gracias por leer esta historia de la vida real

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que no se quedó corto el Rojo Gómez. Muy bien diseñado el blog, mi David. ¿Cómo les fue el sábado?
¿Sigue en pie la asesóría para explotar estas herramientas?

Un saludo.

Juan Manuel Bonilla Soto